Sin Celular: el experimento social que sorprendió a todos en una escuela

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La psicóloga Clara Oyuela contó la experiencia de padres y alumnos que pasaron un fin de semana sin celular. El informe publicado por La Mañana Neuquén el pasado domingo dejó varios temas para analizar. ¿Qué pasaría si un día dejamos de usar el celular? ¿Podríamos volver a prescindir de las redes sociales? ¿Por cuánto tiempo y de qué manera? ¿Padres, hijos, la familia completa?

¿Qué pasaría si un día dejamos de usar el celular? ¿Podríamos volver a prescindir de las redes sociales? ¿Por cuánto tiempo y de qué manera? ¿Padres, hijos, la familia completa?

Internet y el acceso a las redes sociales modificaron la percepción del tiempo y la experiencia. Tanto es así que la falta de una pantalla en nuestras vidas puede generar hasta reacciones corporales que se asimilan bastante a las reacciones que se pueden presentar cuando una persona se abstiene de todo aquello que genera placer adictivo.

Clara Oyuela es una psicóloga que reside en San Martín de los Andes, y en su doble faceta de mamá y profesional, inició un proceso de exploración personal que más tarde fue colectivo. Primero se preguntó a sí misma qué va a pasar con la niñez y la adolescencia en relación al uso del celular y el acceso las redes sociales. Niños y adolescentes como espejos de los adultos, completamente atravesados en su cotidianeidad por las nuevas tecnologías.

Luego, su interrogante fue como la punta del iceberg de una problemática que atraviesa a todos y respecto de la cual todavía no se sabe bien cuál es su techo y sus efectos.

Oyuela se dio cuenta que es utópico pensar que se podría volver para atrás en el tiempo y desechar la realidad digital inagotable que ofrece la tecnología. Tampoco lo desea. Sin embargo, desde el presente globalizado que vivimos se preguntó si no es posible encontrar «alternativas más saludables que cuiden a las generaciones de niños y adolescentes».

En ese marco, cobra mucho sentido para Oyuela preguntarse: «Cuándo es la edad indicada para tener un primer celular». Porque está claro que no es lo mismo tenerlo a los 9 que a las 16 años. «Es importante animarnos a plantear este interrogante, con todo lo que ello conlleva en la vida de un ser humano», sostuvo.

Así, el gran tema de estos tiempos surgió en Oyuela como una iniciativa personal que derivó en un libro donde recopila todas las crónicas de una abstinencia por 30 días. Luego, la experiencia de vivir sin celular se trasladó a grupos de alumnos y padres.

El experimento social tuvo lugar en dos escuelas de San Martín de los Andes. Pero con ganas y una dosis fuerte de voluntad y compromiso, se podría replicar en cualquier tiempo y lugar de la vida de todos.

Oyuela es profesora de Psicología y le propuse a sus alumnos de 16 años «poner el cuerpo» a la teoría y abstenerse durante cuatro días de usar el celular. Sólo iban a poder comunicarse por mail y escribir un registro diario de lo que iban experimentando. Entonces no importaba el resultado, pero no tenían que esconder ni mentir lo que iba aconteciendo con y en ellos.

Si de pronto no podían resistir la tentación de prender el celular y navegar un rato, era necesario que tomaran registro de esa vivencia. Así fue por cuatro días, y las reacciones fueron tan movilizantes como reveladoras.

Algo parecido ocurrió después con un grupo de 20 familias de otra institución educativa. En este caso, accedieron los adultos, con hijos de 7 a 10 años. El tiempo se acotó a un fin de semana. Pero de nuevo, las reacciones fueron muy interesantes.

Como el universo está lleno de matices, hubo respuestas muy positivas y otras no tanto. Algunos, por ejemplo, tuvieron reacciones corporales, como ‘me tiemblan las piernas’ o ‘me transpiran las manos’. Otros comentaron que se concentraron y durmieron mejor», recordó la especialista.

Entre los alumnos, hubo quienes sintieron la abstinencia con dolor. Algunos expresaron el deseo de que «este sufrimiento termine». Otro ya no lo soportaban por aburrimiento, a tal punto que una estudiante reveló que picó dos kilos de cebolla porque ya no sabía qué hacer.

«Muchos no pudieron resistir la abstinencia y se conectaron. Solo uno se tomó el asunto como algo natural por su personalidad y su estilo de vida. Ya no usaba celular, así que fue algo que no le costó hacer», comentó la psicóloga.

Hay que tener en cuenta, además, que los niveles de exposición de estos alumnos a la pantalla de un celular en los casos más extremos alcanzaba las 50 horas semanales, por lo que no resultaría nada extraño que aparezca asociado algún trastorno del sueño o una baja en el rendimiento.

Como positivo, estuvo muy presente la posibilidad que ofrece el celular de acortar el tiempo y las distancias para vincular a las personas. Oyuela valoró también la toma de conciencia que registraron sobre la forma de vincularse con sus familias. Tanto es así que fueron percibidos como más conectados y contentos.

En cuanto al grupo de padres, los registros en algún punto o varios son coincidentes. Fue muy interesante todo lo recopilado en torno a las reacciones de sus hijos. Si cuando se vive con celular expresaban «mi mamá me dice que está trabajando, pero no sé si no me presta atención». O bien, la costumbre poco feliz de estar jugando en familia o mirar una peli y de pronto el papá o la mamá se levanta o se va de la situación para atender un celular que suena.

Este grupo de padres también accedió al desafío de desconexión desde el viernes hasta el domingo. Se comunicaron solo por mail, y cumplieron. «Dos días de abstinencia es como un asomarse, pero aparecen respuestas parecidas a los adolescentes», advirtió.

Por caso, algunos confesaron que se encontraban pensando todo el tiempo en el celular. Incluso cuando iban al baño o se subían al auto. «Otra mamá dijo que se dio cuenta que estuvo mucho más atenta a hidratarse, como si estuviera más conectada con la parte sensorial de su cuerpo», agregó Oyuela.

En lo personal, su hija de nueve años escribió un cuento que lo llamó «El Tercer hijo de mi mamá», en alusión al celular.

Mi primer celular

«Lo importante es ofrecer la posibilidad de un marco que advierte y contiene», sostuvo la psicóloga.

Volviendo a la pregunta, de si es lo mismo tener un primer celular a los 9 que a los 19, su respuesta claramente es no. Y en tal sentido hizo la siguiente analogía: «Dejar a un niño con un celular propio es muy parecido a dejarlo solo en una ciudad, el niño va a estar expuesto a todo lo que pase en una ciudad, lo bueno y lo malo».

El celular es la puerta de ingreso hacia una multiplicidad de contenidos, muchos de ellos violentos para la psiquis de un menor de edad. Sin acompañamiento ni límites, pueden quedar expuestos a contenidos difíciles de procesar y delitos informáticos como el ciberbullying, acoso y pornografía infantil.

«Tener un celular es una responsabilidad y, por lo tanto, requiere de cierta maduración, herramientas y autonomía por parte de la persona para hacerle frente con todo lo bueno y lo malo que tiene. Es como manejar un auto .A los 16 años estás habilitado para dar un examen y conducir. Podés viajar a lugares increíbles, pero también podés dañarte vos o a otras personas», reflexionó.

Por lo expuesto, consideró que acceder a un celular antes de los 16 años es un riesgo, en la medida de que el menor no esté acompañando por un adulto que está atento al contenido y a la cantidad de tiempo de exposición. «En muchos casos, están a la deriva y es un problema», advirtió.

Llegar hasta los 16 años sin un celular dista bastante de la realidad. Pero aún así Oyuela se sinceró: «Para estos padres que acceden antes no deja de ser un peso porque tienen que controlar su acceso, y así entran en un círculo vicioso que a ellos tampoco les cierra mucho».

Algunas ideas «saludables»

Lo central para Oyela es poner el foco en el cuidado que necesitan los niños y los adolescentes expuestos a las pantallas y las redes sociales. En ese sentido, se preguntó si no se podría hacer con el celular lo mismo que se hizo con las etiquetas de los cigarrillos y lo que está pasando con los alimentos. «Algo que nos diga lo bueno y lo malo de acceder a un celular; cuál es su uso recomendado y a partir de qué edad; los efectos que puede provocar su uso en niños y adolescentes, como ansiedad, trastorno del sueño, una imaginación en riesgo, depresión y otros problemas. Y, sobre esa base, tener la libertad de elegir», reflexionó.

Esta intervención, aseveró, podría ayudar a muchas familias a forjar conciencia. Y, en cualquier caso, consideró que es mejor la exposición a otras pantallas que son más inclusivas y fáciles de acompañar, las que provocan menos ensimismamiento.

«Yo creo que hay como una pirámide que va de lo mejor a lo peor: tele, compu, lpad y el celular», cerró.

La experiencia sin celular por cuatro días se realizó con un grupo de alumnos de Psicología de cuarto año de una escuela local. La que duró un fin de semana, con padres y madres de la Fundación Escuela Bosque.

Actualmente, Oyuela trabaja con el Municipio Saludable de San Martín sobre una encuesta a la comunidad. Desde el Municipio ya están investigando sobre la problemática.

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